Un simple palmazo no es necesariamente traumático. De ser así, no por ello sería malo. Uno porque en el caso de la cultura popular de diversos grupos étnicos, existe el castigo físico, algunas veces es muy cruel, hay que reconocerlo, pero los padres no van a recurrir a los psicólogos para corregir una conducta que consideren equivocada, desde sus patrones culturales.
En una realidad en la que no existiera el castigo físico y se desarrollan individuos sin traumas de este tipo. Estarían desprovistos de experiencias de este tipo para afrontar situaciones difíciles. Por otro lado, las observaciones sistemáticas sobre los grupos de adolescentes y jóvenes urbanos en los últimos tiempos muestran tendencias autodestructivas y una fuerte carga de agresividad hacia los otros que, algunas veces son canalizadas hacia actividades que pueden ser consideradas como positivas como la práctica de algún deporte o de alguna actividad artística.
Un individuo que no haya sufrido en su niñez ninguna agresión de este tipo se hallaría en desventaja ante los otros que pretenden agredirlo. En medios de prensa han salido, casos de agresiones policiales contra adolescentes o jóvenes que han sido criados en ambientes tolerantes y, supuestamente sin agresiones físicas, aunque si en ambientes de mucha agresión verbal y simbólica.
Estos han mostrado su extrañeza, en realidad su ingenuidad ante estos aspectos de nuestra realidad cotidiana. Este comentario no quiere decir que sea partidario de los maltratos físicos, pero hay que reconocer que hay agresiones psicológicas que son más traumáticas que una pateadura.
Muchos casos de conductas contraculturales se hubieran evitado si, en su momento, hubieran recibido la pateadura correspondiente.
En el caso de querer educar a los padres y a las personas a una campaña contra la agresión infantil se nutre de buenos deseos, de objetivos loables, pero que parece no haber comprendido los aspectos reales de la socialización en diferentes estratos sociales.
En sociología, especialmente en Giddens, existe un concepto que se llama "las consecuencias imprevistas de la acción", que muestra como las acciones humanas no responden siempre a los objetivos racionales y que, la mayoría de veces, los resultados son contrarios a las intenciones.
En la línea de Schutz y de Berger y Luckman. El discurso de algunos defensores de los castigos no físicos parte de una formulación teórica que no necesariamente ha sido discutida y contrastada con los patrones culturales de nuestro medio y que, muchas veces, se encuentra desfasada del contexto.
En cierto modo es indispensable que haya una corrección a los niños, podría ser con golpes siempre y cuando no haya un exceso o se convierta en algo común y desmedido en el hogar. Somos animales corregibles desde la niñez.
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